Tengo el particular don de poder viajar en el tiempo. Ya sea al pasado o al futuro, una extraña fuerza me permite dar ese salto cuántico, que desafía toda lógica y ley de la física hasta hoy existente.
Pero sería una extraordinaria habilidad si no fuera por un detalle: no puedo definir a voluntad los destinos, ni la época a la que desee viajar. Lo he intentado en vano muchas veces. Estoy a merced de mi inconsciencia cuando doy saltos en el tiempo y solo espero con intriga y algo de temor, cuándo y dónde será la próxima aventura a la que me lleve.
No pretendo revelar cómo adquirí este don y la veracidad del mismo, me tildarían de loco y, además, me costaría mucho poder explicarlo. Solo sé que ocurre mientras estoy despierto y en esas pausas o especies de letargos en los que caemos muchas veces, cuando la fatiga nos vence en todo sentido.

Fuente: www.shutterstock.com
Pero por más inconcebible que suene esto, no es la razón por la que me he animado a redactar este testimonio. Lo que me lleva a escribir estas líneas es el singular episodio que viví en uno de mis tantos viajes. Lo mantuve en secreto unas semanas, pero creo es hora de revelarlo.
Un sucio y solitario salón
Tengo la suerte de tener un pequeño jardín en casa. En este espacio, hay toda clase de pequeñas plantas que mi esposa cultiva con mucho esmero, un diábolo, un juego de dardos, la casita de “Ali” (mi perro), un par de mancuernas y un cómodo sitial.
Debo confesar que en este mueble han ocurrido la mayor cantidad de viajes en el tiempo. No logro explicar por qué. Solo recuerdo que un jueves de noviembre, luego de almorzar y antes de continuar con las clases virtuales de mandarín que dicto como freelance; me dirigí a mi querido sitial para observar mi jardín.

Fuente: www.shutterstock.com
No pasó mucho tiempo hasta que el salto ocurrió. En un pestañeo, ya no me encontraba sentado en mi casa sino en lo más parecido a un salón de clases. Digo lo más parecido pues, si bien había 12 sillas alineadas, en cuatro columnas de tres cada una, mirando hacia el frente; el salón carecía de una pizarra, un ecran o algún tipo de proyector.
Una densa capa de polvo grisáceo cubría las sillas, el piso y el marco de las ventanas; cuya vista apuntaba hacia un patio cuya área era difícil de calcular, por lo avanzando del día y la carencia de luz artificial dentro y fuera del salón.
Estaba completamente solo o es lo que creía. No lograba escuchar sonidos que provinieran de algún tipo de actividad humana, a mi alrededor. Solo truenos muy lejanos que venían del cielo, a cientos o tal vez miles de kilómetros del lugar donde me encontraba.

Fuente : www.shutterstock.com
El salón no tenía puerta. Me dirigí hacia ella para ir a buscar ayuda. No habría caminado ni tres pasos, hasta que pisé un pequeño objeto que hasta el momento había pasado desapercibido para mí, debido a la suciedad del lugar sumado a la confusión en la que me encontraba.
¿Qué hace esto aquí?
Era claramente un USB, o tal vez lo que quedaba de él. Se encontraba muy dañado, posiblemente había sido pisado anteriormente por otra persona de mayor peso pues presentaba una rajadura que recorría toda su cubierta de plástico.
Fue muy raro encontrar un objeto relativamente moderno en un lugar tan desolado. Me puse a pensar en las diferentes razones por las que el dispositivo haya acabado en el lugar, pero ninguna era lo suficientemente lógica.

Fuente : www.shutterstock.com
No tardé mucho en encontrarme en aquella situación hasta que sentí un estremecedor sonido, parecido al de cien relámpagos juntos, el cual me hizo caer. Evité que el miedo se apoderara rápidamente de mí, me senté en uno de los empolvados asientos, cerré los ojos y traté de relajarme lo más posible para que mi inconsciencia haga el resto del trabajo y me trajera de vuelta a mi hogar.
El fuerte sonido y que esta vez se combinaba con fuertes ráfagas de viento, se acercaba cada vez más. No quería mirar por la ventana, temiendo apreciar este extraño y peligroso fenómeno que seguramente habría acabado pronto con mi vida. Sin embargo, la meditación logró resultado y pude escapar a tiempo de mi terrible destino.
Un inusual souvenir
Otra vez me encontraba en mi hogar, sentado en mi querido sitial. El reloj de la sala, que podía ver a través de la mampara, no había avanzado y seguía dando las 2 y 37 de la tarde. Me levanté para proseguir con mis actividades y me percaté que aún sostenía el USB en la mano.
Nunca antes me había ocurrido un hecho similar: el traer algún objeto de mis viajes. Me invadió una extraña sensación de intriga y temor, el haber podido transportarlo y por lo que podría encontrar en su interior. Mi primera reacción fue destruirlo y arrojarlo hacia la basura, pero mi curiosidad pudo más.
Caminé hacia el escritorio que se encontraba muy cerca al jardín, encendí la vieja PC en la que trabajo, esperé ansioso los 60 interminables segundos que transcurren hasta que aparece la pantalla de inicio, limpié el exterior del USB y pude colocarlo en uno de los puertos.

Fuente : www.shutterstock.com
“Mi nombre es Malcolm, tengo 29 años y padezco de ceguera. Mi deseo es dejar constancia de lo que viví en mis últimos días, esperando que, alguna vez, alguien pueda encontrar mi testimonio y lo pueda revelar al mundo. Me siento en completo uso de mis facultades, a pesar de tener esta discapacidad de nacimiento, me considero una persona muy lúcida e inteligente. Pero pronto acabará todo, siento que en cualquier momento vendrán por mí, mi suerte ya está echada”.
Por: Jean Polo
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR
La Nostalgia: El nuevo protagonista del Marketing Emocional
Siempre dicen que “Todo tiempo pasado fue mejor”, ¡y la verdad es que no hay frase más cierta!...
Spider-man: No Way Home
Gracias al tío Ben –y ahora a la tía May- sabemos que un gran poder conlleva una gran responsabilidad...
Beneficios de WhatsApp Business
WhatsApp es el aplicativo de mensajería instantánea más famoso...